El lugar donde podés leer la Biblia dentro de un calefón

Blog-pi@hotmail.com

miércoles, 7 de marzo de 2018

De tanto en tanto


De tanto en tanto me gusta organizar un encuentro con mi yo niño. Sentarnos a comer manzanas sin cáscara y postres Fity de chocolate.
Preguntarle cómo le fue en la escuela. Si Johanna le sigue devolviendo sus cartas de amor en pedacitos; o si todavía extraña a Elizabeth; quien se mudó lejos, hace tiempo ya; cuántos "Muy Bien 10" tiene en el cuaderno azul o si ya aprendió todas la tablas; so pena de no ver televisión.

Me responde que tiene 15 Muy bien 10, que los contó ayer. Las tablas las sabe todas hasta la del 7 que le costó un poco; sobre lo otro, mira sus pies y no dice nada. No hace falta. Me salió enamoradizo el nene, un romántico de manual.

Pasa un segundo y abre esos ojotes negros como si hubiera recordado algo crucial. Me lo dice: ¡Ya me sé todos los huesos del cuerpo!
Y es cierto, los sabe. Los aprendió de memoria de una lámina en un diccionario viejísimo que había en casa.
Le sacudo el pelo rubión, orgulloso de nosotros.

Nos vamos a jugar con los muñecos a las macetas de mamá, vivimos aventuras enteras en las junglas de malvón donde Batman es héroe o villano; donde algún Power ranger solitario cambia su cabeza y se vuelve un ninja en defensa del bien o del mal; donde los muñecos articulados o los Street Sharks de resina actúan como adláteres criminales o supercompañeros.
Sin romper una sola rama, dejamos los muñecos y salimos a dar vueltas en la bici.
Sentado en el caño, con su espalda contra mi pecho, me cuenta de sus amigos. Del cumpleaños de Pablo donde sopló el helado y Pablo, Quique y Gabi se le rieron muchísimo; me habla de su colección de Pokemones. ¡84 tengo! - comenta orgulloso y me los nombra. Hacemos una parada en un Todo por $2 y le pido que elija uno que no tenga. Lo hace y se queja de que trae adosado un pikachu.
Todos vienen con Pikachus - le digo - regalalos y listo.
No - me responde enérgico - estos pikachus están en otra posición, no son como los que tengo.

Me lo llevo lejos, mientras sigo escuchándolo. Este pibe sabe de todo: de dinosaurios, de animales, de dibujitos, de pokemones, de esoterismo (Ávido lector de lo que cayera en sus manos, colecciona revistas Predicciones) de Dragon Ball (Acá me pongo en maestro, explicándole lo que no hubiera entendido sin adelantarle nada.)
Él quiere hacer karate porque Gokú pelea y los Power Rangers pelean y él quiere aprender a pelear también. Pero no pueden pagarle las clases, me dice sin ningún tono en particular. Igual encontró Sei Fu que es gratis y ya fue a algunas clases. El profesor le dijo que "no podía creer que no hubiera hecho artes marciales nunca" por lo bien que le salían las patadas. Igual, no se pegaban entonces no era peligroso.

De fútbol no hablamos. No nos importa.

Él no tiene una edad definida, yo tampoco. Es un nene intemporal y yo un adulto intemporal que viajamos en una bicicleta charlando de nosotros.
Escuchándonos. Haciéndonos compañía y aprendiendo uno del otro.

En ese plan llegamos a la casa del abuelo. De mi yo aún más adulto que nos espera en la puerta en joggins y ojotas y lo (nos) ataja en sus brazos, cuando el nene baja del caño y sale a toda carrera.
Nos sonrío, nos abrazo y entramos.
¿Salen unos verdes? - Me pregunta el anciano.
Dale, bien dulces - y cierro la puerta de calle.

martes, 14 de marzo de 2017

Palomas #2



La primera vez que hice explotar una paloma con sólo mirarla estaba esperando el 281 en Quilmes, en la esquina de 12 de Octubre y Calchaquí.
Frente a la parada, tres palomas piaban en el hueco entre el techo de chapa a dos aguas y el final del muro de un Coto (1).
Iban y venían, chillando, mientras sobrevolaban el cartel del Rotary Club de Quilmes Oeste, como si jugaran a la mancha.
Todavía no eran las doce del mediodía, estábamos bajo un cielo ultra gris de noviembre, un día de calor insoportable. Las palomas seguían persiguiéndose aleatoriamente y yo las miraba fijo, en la espera.

Explota - pensé distraído en un momento y sentí de golpe un retorcijón tremendo a la altura del hígado. La paloma que estaba mirando dejó de volar y se quedó quieta con las patas en la R de Rotary. En lo que pareció un instante eterno - duró tres segundos - se quedó dura, luego se infló como si fuera una bombucha (2) disfrazada de pájaro, a cuya boca hubieran conectado una canilla abierta.
Sus ojos se asomaron varios centímetros fuera de la cuenca mientras el pico se abría desmedido en una mueca que pudo parecer tanto un grito ahogado como el intento desesperado de tomar algo de aire. 

Sin un sólo sonido, estalló. 

En un primer momento no pude moverme de la impresión que me causó, pero no por haber sido el causante sino por la grotesca transformación del ave en bomba.
Con una mano me sostuve la panza en un intento vano de no cagarme encima mientras que con la otra agarraba muy fuerte un libro que fui a buscar a esa zona de Quilmes, apoyándolo contra mi boca para ahogar una exclamación.
Nadie, de todas las personas que esperaban el bondi(3) conmigo, reparó en la muerte del animalito. Sus compañeras, raudas en dejar el pasado atrás, aterrizaron en sus restos y a picotazo limpio engulleron a la que fue su compañera.

Ciertamente no me sorprendió, fui testigo varias veces del salvajismo de las palomas para con sus compañeras. 

Pasaron los minutos; la conmoción dio paso al morbo y el morbo a la duda: ¿Podré hacerlo de nuevo?
Tenía que intentarlo; tal vez había sido la presión atmosférica la que la había hecho estallar; tal vez mi pensamiento se debió a algún resabio instintivo de prevención del desastre, que pude poner en palabras por la evolución del cerebro humano.

Ahora que lo cuento no sé, pero mientras pensaba en todo esto tenía la vista fija en la paloma de la derecha; que se zampaba a su compañera caída con cierta pereza.
Explota - Pensé de nuevo, emulando el mismo aire distraído de la primera vez.
La aludida levantó el pico ensangrentado y se quedó mirando oblicuamente al cielo un segundo.
Aún más veloz que su antecesora, se volvió un globo con plumas cuya piel, al no soportar más tensión, reventó en silencio.
El dolor del hígado recrudeció con la segunda explosión con tal violencia, que me hizo llevar ambas manos a la boca para contener el desayuno que luchaba por salir.
Para colmo el poco viento que circulaba ya traía ante mi nariz el hedor de la carne de ambas palomas.
Me dejé caer contra la pared de un negocio mientras me doblaba, abrazado a mi cintura.
Tal y como las aves, mi propio hígado parecía querer explotar de un momento a otro.
Sin duda existía un relación entre ambos hechos, pero lo único que pensaba era en no vomitar ni desmayarme; sintiéndome tan increíblemente asombrado por lo sucedido como pelotudo(4) por haber vuelto a hacerlo.
Ahí me asaltaron un montón de cuestiones: ¿Cómo controlar el poder de mis pensamientos? ¿Funcionaría también con otras cosas? ¿Una ventana, un gato, un ser humano? ¿Sería capaz de hacerlo a distancia, mirando una foto? Si al decir "explota" aquello que mire volara por el aire sin manera de poder pararlo ¿Cómo hacer para no decirlo en un enojo, por ejemplo?

Vomité fortísimo mientras todos estos pensamientos se me agolpaban a los gritos en la cabeza.

Abrí los ojos y no pude evitar asociar a mi desayuno - ahora en el suelo y sobre mis zapatillas - con el manchón que debían ser las dos palomas sobre el cartel del rotary club y volví a vomitar.
Nadie se me acercó mientras vomitaba, así como nadie miró a las palomas explotar.
Pero el ser humano está mal por naturaleza, che, es violento por donde se lo mire y si le das algo con lo que pueda romper, va a romper lo que sea.

Una paloma más.

A este punto yo estaba en cuatro patas en la vereda, con el vómito goteándome de la nariz al suelo, a treinta centímetros de mi cara. En eso levanto la cabeza y la miro.
Picoteaba, volaba un poco, daba una vuelta, volvía. Quería matarla también, pero dudaba.
¿Vos qué harías? Sabés que podés reventar un pájaro con la mirada pero el precio es que te explote el hígado y probablemente te mueras de dolor, deshidratado o por la infección.
¿Vale la pena? ¿No sería preferible guardar esa bala para un objetivo mayor? ¿Para un asunto de vida o muerte?

Me levanté despacio, agarrándome del caño de la parada del bondi. Con la manga me limpié la boca y escupí la poca bilis que me quedaba. Miré a mi alrededor: algunas personas me estaban mirando, otros comentaban por lo bajo sobre e charco de vómito cuyo olor ya se empezaba a sentir.
Me importó un carajo, miré a la paloma una última vez.
Matarla o vivir.

Una náusea violenta casi me hizo vomitar de nuevo. Tomé aire. Enfoqué la última paloma que parecía estar mirándome.
Simulé un aire distraído.
Explota.



Leé todos los cuentos haciendo click AQUÍ

Vocabulario:
(1) Coto: Cadena de supermercados
(2) Bombucha: Marca de globos de agua
(3) Bondi: Autobús, colectivo.
(4) Pelotudo: Idiota.

jueves, 9 de marzo de 2017

Cortito #4


¡Buenas! Sé que pasaron casi seis meses desde la última vez que publiqué algo en este blog por lo cual me disculpo con ustedes, fieles lectores de Pensamexos Inconientos desde hace ya casi 3 años.
Sucedió que estuve preparando los exámenes finales para egresar de la Tecnicatura en Actuación que estudiaba (El monólogo final fue un éxito, ya estoy egresado).
Además, me fui a vivir solo y eso conllevó toneladas de organización, tiempo y estrés pre y post mudanza trayéndome un sinfín de experiencias nuevas que estaré narrando próximamente.

El monitor empezó a zumbar, perdiéndose la imagen.
Facundo se levantó a revisar los cables y una descarga eléctrica lo lanzó 2 metros hacia atrás, hasta dar contra una pared.
Dos horas y media después abrió unos ojos verdes que fosforecían en la penumbra.
La transmisión había sido un éxito.



Leé todos los cuentos haciendo click AQUÍ

jueves, 29 de septiembre de 2016

Roca 11:10 am



Cuántos momentos resignados
Cuánto gris en las paredes
Cuánto blanco y negro por doquier.
Cuántos pordioseros de alegría con panzas llenas y ropa limpia.
Cuántas caras en este tren.

“Por eso hago esto, para seguir viviendo” dijo
y empezó a cantar el tango Caminito de Juan de Dios Filiberto
Marcando el tempo con una maraca azul de cotillón.

Carajo ¡Cuánta cobardía!
 - Qué yugo nos colgaron del cuello simulando ser una cadenita de oro -
Pienso con cara de orto mientras este hombre, al que jubilaron por loco,
sigue cantando fuerte silbando las consonantes en los huecos de su dentadura.

“Una sombra serás, una sombra lo mismo que yo”

El tren se queja su lamento de óxido y olvido sobre esa vida en la que se desliza
de estación en estación.
Una ominosa sensación se palpa aceitosa en la piel sin poder lavarse.
Tapando los poros.
Cortando la respiración.

Gris de nube, gris adentro,
gris donde se pueda mirar.
Cruzando sobre aguas fétidas, llegando a Avellaneda.
Aunque quiera estoy seguro: nadie puede llorar.

Lo aplaudo y le doy unas monedas, y en ese aplauso celebro a quienes se animan
a quiénes entre lo gris pintan algún color
a quiénes realmente lucen una cadenita y no un yugo
Bajo del tren esperanzado.

“Caminito amigo, yo también me voy”

miércoles, 24 de agosto de 2016

El ritual (I)




La operación duró apenas menos de una hora.

Si bien con los avances de la tecnología - y la práctica de los cirujanos por ser una intervención de moda - sería de esperar, uno no deja de sorprenderse ante lo rápido que fue dirimido el asunto.
Así y todo, la más sorprendida de esto fue Romina, quien tras esos cuarenta minutos de anestesia consiguió, por la mano del hombre, aquello que la mismísima naturaleza le había negado: tetas.

 
El dolor de los días post operación no podían superar la tremenda sorpresa que sus nuevas formas le causaban. Redondas, firmes y de apariencia natural, su nuevo par de pechos eran – a su opinión y la de su novio – una verdadera obra de arte.

Se sentía, ahora, una mujer completa. Si bien lo había hablado en terapia y entendía que un poco más de carne no hace a la felicidad, Romina no podía apagar en su sangre la sensación de haber terminado la metamorfosis y liberado de su pecho de nena para volverse – con veintidós años – una mujer.

Pero la plenitud no estaba completa. Faltaba un detalle más del que no fue consciente hasta haber leído un mensaje de WhatsApp de una de sus primas que decía: ¿Quemaste los corpiños ya?


Quemar los corpiños… desterrar el pasado, purificándolo en la quema. Volver cenizas la vergüenza y los complejos. El inicio de una nueva Romina.

Tenés razón, Caro. Juntémonos para quemarlos. – Le respondió.
jajaja, dale ;) – Cerró la otra.

 

La luna llena brillaba redonda en un cielo negro sin nubes.

Alrededor de un fogón chico, hecho con maderitas y revistas de espectáculos, se reunían Romina y sus primas Paula, Carolina (hermanas entre sí, con tetas operadas ambas), Mariela (prima de todas, con tetas naturales) y Sofía, madre de Romina y poseedora de un busto natural enorme.

Como si de un aquelarre se tratara, las cinco se dispusieron alrededor del fuego como si fueran las puntas de una estrella invisible. Miraban al cielo, al fuego y entre sí alternadamente. El silencio se espesaba en el ambiente, lo emotivo de ese momento – o tal vez fuera el humo – enrojecía los ojos de las concurrentes.

Romina tomó una caja de tras de sí y la presentó ante sus compañeras.

Los corpiños estaban dispuestos a lo largo, unos sobre otros, como si fueran un grupo de peces muertos.

Es el momento, es la hora – dijo Sofía con solemnidad. Todas se miraron entre sí y asintieron con la cabeza en silencio.

El primer corpiño cayó suavemente sobre la lumbre. La tela comenzó a consumirse rápido rebelando el tortuoso alambre de los arcos.
Romina no pudo evitar sentir un respingo. Soltó un segundo, con relleno, de corazoncitos rojos, que tuvo el mismo final que el anterior.
Uno a uno los siete corpiños que supo lucir, ardieron irreversiblemente, se ennegrecieron y volvieron cenizas y alambre ante sus ojos.
Al terminar el último, las mujeres se tomaron de las manos y en el círculo cerrado recitaron:


Cenizas que lleva el viento,
Ya por esto no me lamento.
El cuerpo del pasado,
en el fuego fue dejado.

El pecho como un niño,
junto al viejo corpiño.
Arde el inútil relleno,
ilumina este busto eterno.


Acto seguido, se levantaron las remeras y la llama anaranjada iluminó sus pechos desnudos. Tanto los de Romina, como los de Paula y Carolina, lucían una turgencia antinatural propia de su condición.
Eran tetas que no conocerían el paso del tiempo o la acción de la gravedad. Serían perfectas incluso en la sombría tumba.
Se bajaron las remeras y se abrazaron entre sí


El ritual había terminado. 

Sintiendo hambre decidieron ir a comer algo, por lo que apagaron el fuego con agua de un tarrito y se alejaron charlando sobre la compra de nuevos corpiños.



Leé todos los cuentos haciendo click AQUÍ