El lugar donde podés leer la Biblia dentro de un calefón

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lunes, 30 de marzo de 2015

El mar

Una mañana desperté y ese impulso ciego despertó conmigo.
El mar, el mar, sólo el mar.
A partir de ese momento, los días transcurren cargando mi mente con ansiedades e incomodidades físicas y las noches llegan preñadas de sueños extraños; de criaturas palmípedas que danzaban en las profundidades del océano, que cantaban melodías guturales y hermosas sin mover los labios; hombres y mujeres reptilianos que, en animosa jovialidad bajo la penumbra de la noche, descendían al averno submarino nadando en espiral.
Como paracaidistas acuáticos, cayendo hacia el verdadero fondo de la Tierra.
Los rayos del sol caen sobre mis ojos como flechas hirientes, el sabor de los alimentos ha comenzado a ser insípido en mi lengua y ardiente en mi paladar. El calor, impensado en estos días de invierno, cuece mi piel sin piedad ni pausa. ¡Desdichado de mí que sufro penurias imposibles en este cuerpo humano!¡Ominoso el destino de las noches que refrescan mi epidermis y llenan de voces ancestrales mis oídos y mis sueños!
Debo... ir al mar.
Todas las respuestas están en el mar.
Cinco horas de manejo ininterrumpido por la ruta 2, y la ciudad de Mar del Plata me recibe con sus brazos bien abiertos.
El cuerpo lívido y los ojos inyectados en sangre, ¡Tengo sueño! pero aún en el fragor de esta madrugada sin luna, la cercanía con el azul de las aguas me dota de un vigor inexplicable, mientras las voces dentro de mi cabeza cantan en voz cada vez más alta sus canciones intrigantes y apasionadas sobre los Misterios; llevándome con imágenes a un mundo ondulante y tenebroso, un mundo de algas y abismos insondables; imágenes que se confunden y se mezclan con las visiones de la ciudad, haciéndome estremecer.
La postal de la ciudad termina en un horizonte de eterna negrura. ¡El mar, mi tan ansiado refugio!
Sin detenerme a estacionar bien el Uno, bajo del auto y cruzo la arena corriendo. ¡Que delicioso es sentir la helada brisa marina sobre la piel!

Me despojo de mis ropas tirándolas sobre la arena mientras me acerco al mar. Ya desnudo, siento el hiriente mordiscón del frío atenazando dulcemente mis tobillos, y la chispa oscura se enciende liberándome; dándome la fuerza para saltar las olas que, intensas, sacuden la orilla.
Soy frío y noche, uno con el mar y su infinita existencia.
Ya en la oscuridad de las profundidades, grito llamando a Aquellos que me esperan y me siento arrastrado en una vorágine de espuma, burbujas y dolor, dolor de un pecho que explota mientras desciendo, dolor de una piel que es arrancada por otras zarpas de garras relucientes; dejando al descubierto unas escamas nuevas, viscosas y brillantes; del verde del moho de las piedras olvidadas en el subsuelo, dolor de morir y renacer, el grito de los recién nacidos que sufren por salir de la matriz húmeda.
Yo he vuelto a la matriz. Abro mis ojos a un antiguo mundo nuevo.

Fin.

El último tecleo antes del final resonó sordo en el eco de la noche de luna nueva.
En mi habitación, un goteo incesante rompía con la monotonía del silencio.
A mis espaldas; una alta figura seguía con la vista, la aparición de cada letra en el monitor, mientras paladeaba con mudo estremecimiento cada una de las palabras formadas, siguiendo cada idea desde su nacimiento hasta su cópula con otra siguiente.
La falta de sonido y la penumbra de las velas estaba incomodándome, apenas si percibía el ronco respirar de mi interlocutor por lo que venciendo el miedo y con un respeto rayano en el temor religioso, volteé suavemente para enfrentarlo y le pregunté:

¿Qué le ha parecido el relato, Señor Lovecraft?

Lovecraft, erguido cuál alto era, me observó impasible desde el centro del círculo de invocación, mientras un agua hedionda de ciénaga goteaba lentamente desde los bordes de su mohoso traje.
Largos minutos pasaron, y al intentar preguntarle nuevamente percibí que abría lentamente la boca. Allí, asomando una hilera de pequeñísimos y afilados dientes, sonrió y pisando la mancha de tiza deshecha por el agua, de lo que alguna vez fue un círculo protector, avanzó hasta quedar a centímetros de mi rostro y, apretando mi garganta con una mano húmeda y tentaculosa, dijo:


¡Cthulhu fhtagn!


6 comentarios:

  1. Que la Musa lo visite más seguido.
    Brindo por sus letras, Elliott.

    ~ gute Nacht

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  2. Muy bueno, Elliott. Me gustó esa mezcla del lenguaje «lovecraftiano» y sus monstruos de principios del S. XX, con lugares reconocibles como la ruta 2 y la ciudad de Mar del Plata. Gran final, también.
    Te adjunto un link a un relato de mi blog, algo viejito (del 2012), que recordé cuando leía el tuyo. Si tenés ganas, pegate una vuelta a ver qué onda: http://thejuanitosblog.blogspot.com.ar/2012/12/un-muerto-en-el-ropero.html .
    ¡Saludos!

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    1. He leído y comentado, con mucho gusto.
      En la búsqueda de una Poética personal tiendo a hacer estas amalgamas sólo para ver qué onda, que tan cómodo me hallo y si logro, al fin, una expresión sincera de mí mismo.

      Celebro tu deleite.

      ¡Un fuerte abrazo!

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  3. Respuestas
    1. Coincido plenamente en la grandeza de Don Lovecraft.

      Gracias por el comentario y la lectura.
      ¡Un abrazo!

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