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viernes, 17 de octubre de 2014

El hábito de escribirse.

¡Qué vuelvan las cartas!
¡Qué vuelvan para quedarse!
Soy de la generación del E-mail en adelante pero pienso ¿Cómo puede ser que el paso a la modernidad haya dejado relegado, al campo de meros asuntos legales o administrativos, a un medio de comunicación tan personal, tan íntimo y hasta romántico si se quiere?
Hace poco escribí una carta, a mi novia, y me gustó la sensación del trazado sobre la hoja, del plasmado de las emociones o pensamientos que se saben ya destinadas a alguien en particular; esa "adrenalina digital" traducida en letras trémulas, la vergüenza de las letras chicas o la confianza de las grandes, entre otras sensaciones similares.
El estrellar parte de uno mismo sobre el papel, que la tinta sea nuestra sangre.

Y está bueno, che, son cosas que uno debería vivir más a diario.

Otro factor es la espera.
Esperar una carta debe ser un juego de dominio de ansiedad bastante importante; en estos días de impaciencia y velocidad donde cinco minutos son cinco años, el esperar una semana o más una carta supondría dedos sin uñas y un temblor epiléptico casi perpetuo de piernas que esperan sentadas.
Pero la alegría en el momento en que el cartero deja la carta en el buzón o, aún más felizmente, a uno mismo en las manos, no tiene comparación.
La sublimación de la espera, el sobre que guarda una canción, un perfume, unas palabras divertidas o las raíces de un gran amor.

Allá por mis años de escuela primaria, solía escribir muchas cartas.
Algunas con poemas a mis compañeritas de curso (amores de mi vida en aquellos días) y declaraciones fallidas de amor (Y sí, he tenido un lado sumamente romanticón alguna vez) o a personas desconocidas, amigas de amigas que habían escuchado de mí y querían conocerme y, en la imposibilidad de conocernos personalmente por no poder viajar solos o la inexistencia de las videollamadas, Facebook o WhatsApp, sólo nos quedaban nuestras palabras e imaginación para construirnos y ¿Por qué no? Querernos.

Esto último me trae a colación la historia de Evelyn y Vanina Ramírez.
Yo tenía 12 años y un nivel de cursilería en sangre a prueba de cualquier culebrón latinoamericano.
Un buen día, Laura (una compañera de curso con quien me juntaba mucho en esos años) me trajo una carta de una vecina suya, Evelyn, también de doce años, a quien le había hablado de mí generándole curiosidad.
Con esta chica Evelyn nos carteamos diariamente durante meses usando a la pobre Laura como medio. 
Durante este tempo nos dedicamos canciones, hicimos preguntas, mandamos dibujitos, alimentamos ilusiones, ganas de vernos; e iba a la escuela todos los días con la esperanza de encontrarme con sus palabras otra vez, con la cabeza llena de pájaros escritores que en el recreo me piaban una respuesta.
Con el tiempo me "presentó" a su hermana Vanina, de catorce años, que, entusiasmada con toda esta historia, también se sumo con sus opiniones, saludos y hasta me llamaba Cuñado.
Nos escribimos los tres hasta que, según me enteré con el tiempo, Evelyn había dejado de escribirme por haberse puesto "de novia" con alguien más, y fue Vanina quien tomó su lugar y nombre porque se había enamorado de mí.
Una hermosura.
Es el día de hoy, a más de 10 años de esto, que lo recuerdo con una sonrisa y ese hormigueo en la panza.


Entremos, entonces, en este juego de tintas enteras y ansiedades.
Aunque la espera me desespere voy a escribir una carta, y esperaré unas respuestas con ilusión, incluso aunque haya olvidado las preguntas.
Aunque la espera me desespere, voy a enviar un trozo de mí cabalgando en fibras de papel.

Para redondear, y siguiendo un sabio consejo de un tipo muy querido y asiduo lector de este blog, El leopardito de Banfield, te propongo algo:
1- Abrí tu casilla de mail.
2- Escribime a blog-pi@hotmail.com y contame de vos, de qué cosas te gustaría que escribiera, ayudame y ayudá al blog a crecer.
Contesto todos los mails.

Gracias por estar acá.



9 comentarios:

  1. Qué bonito aquel tiempo en el que lo mejor de las Navidades era recibir montones de postales de familiares de todas partes, y cuando acababa el colegio y te escribías cartas desde diferentes puntas del país con los amigos que más querías.
    Sigue escribiendo cartas, por aquellos que hemos perdido la costumbre de hacerlo pero sonreiríamos como niños si encontrásemos una en el buzón.

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    1. Gracias por tu comentario Salina, pero nunca es tarde para volver a dejar algo de uno estampado entre las fibras del papel.
      Para, como decís, causarle una sonrisa de niño a alguien más.

      Trataremos de imponer una nueva vieja tradición: la de escribirnos.

      un fuerte abrazo.

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  2. Nuestra sociedad se rige por el tiempo. Hay relojes en todos lados y nadie es capaz de salir de casa sin un dispositivo que le indique qué hora es en cada momento. La sociedad en sí te presiona a que hagas las cosas rápido. Hace tiempo que echo de menos el tiempo en el que había tiempo para perder el tiempo. Un poco liosa esta última frase pero es así.

    Me ha gustado tu entrada. Te dejo mi blog por si te quieres pasar por él.

    http://micuriosocaso.blogspot.co.uk/

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    1. Sabés que, respecto al inicio de tu comentario, el otro día pasé todo un día sin el teléfono encima. Es inexplicable la sensación de libertad que da el saberse intemporal e inalcanzable; aunque sea en algo tan sencillo como dejar un teléfono o un reloj de lado.

      Mi amigo, que la sociedad no te condicione para mal.
      Siempre existe un tiempo destinado a ser perdido por gusto.

      He pasado por tu blog y lo encontré bastante entretenido, por lo que seguiré urgando.

      Un gusto, Antón, y bienvenido a este Blog.

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    2. El gusto es mío. Me alegro de que te guste mi Blog.

      Te sigo.

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  3. Gran entrada.
    Qué época disfrutable fue la niñez/pre-adolesencia asociada al juego de mandarse cartitas. Viví historia parecida a la tuya, recibi poesia escrita a mano entre otras cosas. Valioso y adorable.

    En papel, todo se ve mejor. Y un poco más, si se trata de expresar sentimientos.

    ~

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    1. "En papel todo se ve mejor." que gran certeza, Varda querida, y coincido de lleno en que fue una gran etapa para intercambiar cartitas.

      Tengo una caja llena de ellas.

      Ahora, de grande, he enviado cartas y es un acto que, aunque simple en apariencia, me llevó a una adrenalina y una emoción indescriptibles.

      Volvamos a escribirnos.

      Un beso grande.

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    2. Cartas y papeles, que no falten en el mundo. Nunca.
      Qué persistan aunque en minoria, sabremos apreciarlas.

      Por supuesto, nos escribimos.

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