El lugar donde podés leer la Biblia dentro de un calefón

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domingo, 23 de noviembre de 2014

Testigos

Domingo por la mañana, el sol hace arder la tierra a unos 27 grados Celsius.

Como todos los domingos - llueva o truene, según Dios quiera - Teresa recorre su barrio, casa por casa, en pos de una misión tan inmensa como ineludible: la prédica de la Palabra del Señor.

En cincuenta y tres años de misión lo ha visto y oído todo: gente que muy amablemente le ha abierto las puertas de su hogar - a ella o a sus compañeros - y que entre mates (y facturas en ocasiones) le han permitido inculcarles el Plan Divino; otros que han manifestado ser paganos africanistas adoradores del diablo y otros ídolos falsos - negros y lascivos en su mayoría, han de arder en el Averno por sus pecados, por renegar del Único Dios - y sencillamente otras pobres almas descarriadas e ignorantes que ni siquiera han tenido la educación de responder el toque de la puerta o del timbre.
Ruega por todos ellos, amado Padre, que no se desvíen de tu senda.

Hoy sus piernas no son las de antaño y, aunque mantenga vivo su deber, el calor es fulminante y se le dificulta muchísimo andar.
Esa mañana, salieron seis para ese lado: Raúl su propio marido, Erminda y María, sus hermanas, con sus esposos: Nino y Ernesto. Teresa se siente orgullosa de Raúl, aún con el peso de la edad es fiel a la Misión y sostiene con su mano fuerte y nudosa, el pesaido maletín repleto de folletos; folletos que acercaran a aquellos a La Verdad: la única vía para salvarse en el Armageddon, que siempre está a la vuelta de la esquina.

Llevan caminando seis cuadras, donde no fueron recibidos por ningún hogar. Ya no hay educación - se dice - ni siquiera un vaso de agua nos ofrecen, con este calor, ¿No se dan cuenta que les estamos salvando la vida? deberían ser más considerados, más agradecidos. Rápidamente desecha ese pensamiento, Jehová todo lo oye y lo sabe y los pensamientos iracundos la alejarán de la salvación.
Él se encargará de todos ellos.

Un joven se les acerca, camisa y jeans celestes en combinación, barbudo pero no desalineado; camina con la vista fija en ellos a paso firme y con garbo.
Teresa conoce esa mirada, es puro interés el que se refleja en sus ojos y al menos un alma salvada servirá para que esa mañana haya valido la pena.

Buen día, hijo, ¿Desea escuchar lo que Jehová tiene para decirle? - lo encara decidida, sin nada por perder.
La voz del Señor habla siempre en mis oídos y reverbera en mis labios, señora. - le responde, espontáneo, el joven - no necesito de sus panfletos y sus errores - agrega sonriente, ya completamente detenido y mirándola tranquilamente a los ojos.

Sintiendo el intenso fuego de la ofensa trepar por su cuerpo cansado, Teresa levantó el rostro a la altura de el del joven, presta a decirle unas cuantas verdades - todas con la mayor de las calmas: pese a la soberbia demostrada, ese nene porque no es más que un nene es un alma ciega en la negrura de su ignorancia y ella es una elegida y debe comportarse como tal.

Me pareció no haberte oído bien, joven, con todo ese barullo del tráfico y eso. ¿Mentirosa me llamaste? Nosotros somos los mensajeros de La Verdad, hijo, y como tales somos incapaces de mentir; de hecho - buscó confirmación en la mirada de sus compañeros - si me acompañás a ese escaloncito en la sombra voy a decirte cuál es el Plan para vos.

Acto seguido lo tomó del brazo y se paralizó. Una tibieza increíble, para un día así de caluroso, emanaba del brazo arremangado del joven; acompañada de una sensación de felicidad inmensa.
Lo miró a los ojos y se encontró mirando al Universo a la cara. Recordó, en una centésima de segundo, toda su vida, todo lo que alguna vez aprendió, castigó, oyó, comentó y predicó; sintió el peso de su alma y su oscuridad, lo sintió todo junto y lo vio alejarse de sí en el mismo momento, oyó una voz sin sonido hablándole directamente al corazón, preguntándole una y mil veces a la vez: ¿Te arrepientes? 

Se encontró llorando profundamente.

A su alrededor, sus compañeros estaban quietos; el mundo había detenido su andar y sólo existían las formas y los colores como escenario para ellos dos.
Él se desasió de su mano con paternal dulzura y delicadeza, le besó las lágrimas y encendiendo un cigarrillo se alejó caminando a paso firme y tranquilo, tal y como había venido.

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