"14 de febrero otra vez, y vos allá en tu casa, y yo acá, atravesando este océano de gente en la búsqueda del poeta y sus preciadas hojas de hierba.
¿Habrá pensado el nombre tirado en el suelo, divagando entre versos por escribir, cuando el pasto le sirvió de almohada y, por qué no, de inspiración?
Estoy más que seguro que sabés el origen del nombre, contámelo después.
Buscarlo no es fácil. Voy a los lugares comunes, allí donde nos dijeron que estaba, pero nadie lo conoce. Preguntan. Había uno pero se fue y tal vez si dejás una seña te lo traigo, y yo saludo y prometo volver, y retomo la búsqueda.
Una librera me descarta sin sacar la vista del teléfono - soy sólo una voz que se prende y apaga - la otra, avinagrada, se alegra de que yo busque a Whitman y de yapa me lleve a Kerouac conmigo - siempre viajero él, con el pulgar hacia arriba - y aprovecha la confianza para sacarle el polvo a su sonrisa y usarla enmarcando su boca entre paréntesis de piel. Quejarse de paso de que todo el mundo lleva a Rial y a las cincuenta sombras de alguien más.
Y Walt no aparece.
Se esconde de mí entre viejos estantes. Se rehusa a cumplir mi deseo de presentártelo y que se gusten, de poder embelesarte desde algún sitio en el pasado, desde alguna alfombra de pasto.
El sol abrasa y sigo desconcertado. Recorrí cada librería, charlé con todo el mundo y sus estados de ánimo, y Walt es la figurita imposible. Ahora no camino solo; la puntada en mi rodilla, esa que vacacionó con nosotros en Mar del Plata, volvió a visitarme. La búsqueda marcha a paso irregular, llegando a su fin.
Walt Whitman no está en Lanús y el colectivo llega a buscarme.
Te escribo esta carta como regalo consuelo; buscando una tinta intensa, para cuando este papel sea amarillo, aún puedas leer esta crónica en algún momento del futuro, y juntos o no, puedas visualizar un pibe rengo con la frente perlada de sudor, buscando un poeta olvidado un sábado de febrero."
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