El lugar donde podés leer la Biblia dentro de un calefón

Blog-pi@hotmail.com

miércoles, 3 de agosto de 2016

Metamorfosis



     Seis años habían transcurrido desde aquella primera transformación en la Bestia.
    
     Ese día se encontraba de cacería en un monte cercano a su vivienda. Se había desviado del grupo para emboscar un enorme macho cabrío que andaba por allí esos días.

     Siguiendo su rastro, logró acercarse lo suficiente como para darle caza pero el animal sintió su presencia a último segundo girándose a mirarlo fijamente a sus propios ojos, con un destello más propio de la luna llena que los iluminaba que los de cualquier otro ser vivo.
     Aprovechando ese momento de shock, el carnero se alejó dando largos saltos; perdiéndose en la espesura del monte.
     En su mente brillaban todavía los ojos del animal, y se le cruzó pensar en lo majestuoso de ese bruto cuando su cuerpo comenzó a convulsionar violentamente.

     Su piel se estiraba y contraía, cada músculo crujía ensordecedoramente adoptando nuevas configuraciones. Hasta pudo oír como su voz se agravaba en cada grito de dolor proferido.
     Corrió enloquecido por el monte rogando en su locura no cruzarse con sus compañeros, trastabillando ante el vigor y las sensaciones de sus nuevas dimensiones.
     Cayó dormido en un pastizal a varios kilómetros, con los primeros rayos del sol.

     Como había dicho, desde aquel entonces hasta este día habían pasado incontables lunas llenas en las que el miedo a herir a los suyos lo había confinado a alejarse lo más lejos posible mientras durara el efecto de la maldición.
     Sin embargo, esta vez sería diferente.

     Toda su familia se hallaba reunida delante de sí. Estaban sentados en semi círculo mirándolo fijamente.
     Si estaban todos juntos él no podría hacerles daño alguno.
     Esa idea lo tranquilizó.
     A sus espaldas, la luna se alzaba enorme y luminosa en el cielo. Respiró hondo, giró el cuello y la miró.

     Un primer aullido desgarró el silencio de la noche.
     Jirones de pelo le caían al suelo mientras su piel se abría, mostrando el latir desbocado de sus músculos sangrantes.
     Luchaba para no rendirse al dolor de la transformación mientras sus huesos se alargaban tomando formas imposibles.
     Su dentadura se caía pieza por pieza al tiempo que los dientes nuevos le abrían las encías a toda velocidad.

     Minutos después, en un charco de cuero y sangre, la metamorfosis estaba completa.
     El lobo, ahora transformado en hombre, se alzó tambaleante sobre sus piernas enfrentando con la mirada a su Alfa, quien acuciado por el hambre y el aroma a sangre caliente que olfateaba, fue el primero en chasquear su lengua y lanzarse sobre él.


Leé todos los cuentos haciendo click AQUÍ






7 comentarios:

  1. La prueba de que viejas ideas siempre pueden tener nuevos giros sin necesidad de dar mis vueltas y sin pretender nada.
    Lo mejor es que todavía sin la vuelta de tuerca con interpretaciones Hobesianas hubiera seguido siendo un buen relato.

    Saludos de Zarovsky con paja de abrir su perfil y con un teclado que no deja poner comas.

    ResponderBorrar
    Respuestas
    1. ¿Lo Hobbesiano es el enfrentamiento con el Alfa?
      Alúmbreme hombre sin comas.

      Borrar
    2. Hobes (Si no me equivoco) era el que decía que «el hombre era el lobo del hombre».

      No puedo poner comillas inglesas pero si españolas que son mejor «»

      Borrar
  2. Estoy seguro que a Boris Vian le gustaría tu lobo hombre.
    Saludos.

    ResponderBorrar
    Respuestas
    1. ¡A qué tremendo personaje me remitiste Raulo!
      No conocía a Boris ni a su Lobo-Hombre el cual me pareció sumamente bizarro y divertido.
      (Para la época habrá sido un terrible chasco)

      Dejo el link del cuento por si algún alma que quiera - movida por la misma curiosidad que yo - conocerlo:

      http://elespejogotico.blogspot.com.ar/2014/01/el-lobo-hombre-boris-vian.html

      Borrar
  3. Excelente final, Facu, no pudo haber quedado mejor.
    Abrazo.

    ResponderBorrar
    Respuestas
    1. ¡Gracias Juan!

      Cuánto menos se adivinara más duro sería el impacto, ja.

      ¡Un abrazo grande!

      Borrar