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viernes, 1 de agosto de 2014

El Lobo

 Publicado en el Nro 17 de la revista literaria FACTUM



A veces siento que es mejor de esta forma; en esta forma.
Corro sin pensar, dejo que mi cuerpo corte al viento y mi mente vuele, más allá de lo que soy.
¿Qué fue de mí y ¿Qué será? Son preguntas que ya no existen.

Es el mediodía y el sol deja caer sus rayos como tibia lluvia sobre las hojas del suelo, los troncos de los árboles y sobre mí.
La agradable certeza de sentirse vivo; sincronizado con la tierra bajo mi cuerpo; con el verde del paisaje; con el azul infinito del cielo.
¿Alguna vez oíste la canción galante del viento?

Apuro el trote borroneando la visión, respirando navajas frías que se clavan en mi cerebro, saboreando el vértigo de lo incontrolable, de lo inevitable; volando a galope intenso sobre el éter.
Recuerdo el principio entre retazos de bosques imaginarios, senderos grises, al verano ardientes.
Un mundo de negros trajes, de rostros sombríos, de irónicas manadas de individuos solitarios esquivándose, rehuyendo las miradas, replegándose y expandiéndose en la danza del desconocerse.
Una marabunta de sudor, lágrimas y carne e ideas inconexas, llena de ruido interno y externo; una marabunta siempre con hambre de respuestas, de sentido a una vida programada.
Ajena.
Asimilada.
Jadeo.
La espuma me cae de entre los labios. Hay un arroyo de aguas claras más adelante, donde sacío la sed y me contemplo.
Las esferas brillantes en las cuencas, del color del trigo por segar, la ferocidad encubierta en una mirada desprovista de razón pero no de espíritu

¿Alguna vez oíste la risa del agua mientras viaja por la tierra?

Solía llevar un traje negro y el alma en stand by cruzaba los días por el medio de la calle, ajeno a todo más que al sonido de mi propia voz, con la cacofonía de mis turbaciones gritándome al oído.

Me acuesto en la ribera y siento el latido del suelo acompasándose al mio, miro al cielo. Las nubes juegan carreras, algodonadas en su blanco de gala, presurosas por llegar a la fiesta universal.
Barro entre las uñas, los músculos aún tensos, el pecho sube y baja al ritmo de mi excitación.
Sudaba locura bajo el radiante sol de la ciudad, atrapado bajo la atenta mirada de los omnipresentes colosos de hormigón. De vez en cuando subía la mirada al mundo y me cruzaba con otro como yo, que miraba hacia sí, caminando movido por hilos de inconsciencia, ciego en un escenario repleto de luces.
Me estiro y exclamo gozoso: ¡Qué hermoso es desperezarse! Y el sol en lenta fuga asiente anaranjado, saludándome hasta mañana cuando puntualmente nos volveremos a ver.
Continúo la marcha mientras la otra mitad del mundo se despierta, ido el Rey llegada la Reina; mientras los ojos luminosos de los hijos de la noche comienzan a abrirse, y los cuerpos de los durmientes se liberan de su sopor.
Ahora, más lento el andar, voy olisqueando atento, buscando algo para comer entre las sombras que se yerguen, dominantes, en el entorno salvaje.
Harto de las voces, de los tiempos, me liberé del traje y me alejé del ruido, del gris de los espacios, de la soledad de las cáscaras de carne y sin rumbo fijo, caminé.
Los días se fueron sucediendo, dejé crecer el pelo y la piel se endureció, me abracé a la naturaleza y dormí en su seno, olvidando la lengua de los hombres, dejando atrás sus preceptos y cadenas; dormí un sueño de siglos escuchando la canción del planeta, acunado entre sus firmes brazos, lleno del fuego de su corazón; dormí hasta recuperarme del peso de mi alma y sólo allí, desperté.
Como la Luna que se alza de entre las manos del mar, así me levanté desde las raíces de los árboles, aullándole a su luz mi canto de vida y libertad, hijo de la tierra y el cielo.
Una liebre.
Comienza la ruleta de la Vida y la Muerte.
Morir para vivir, vivir para morir.
Saboreo su miedo, mi hocico se hace agua y mis colmillos ávidos relucen en la penumbra; somos dos borrones en la escasa luz, levantando puñados de hierba en nuestra contienda, en este duelo de voluntades.
En su desesperación, trastabilla con un pozo que no ve.
Es mía.
Click...
Clack...

Su cuerpo entre mis fauces, saciando mi euforia con el tibio jugo de su vida, calmando mis ansias con su calor; desgarrándose en pardos jirones de cuero y tiempo, oyendo la Canción del Hambre como marcha fúnebre en su transición a la Nada.
Termino el festín y brindo con la Luna, le cuento de mis alegrías y pesares y ella me contesta, silente, con su sempiterna sonrisa de cálida dulzura.
Cierro los ojos satisfecho, bajo el cobijo de las tinieblas, abrazando el sueño.
A veces siento que todo es mejor de esta forma, en esta forma...

2 comentarios:

  1. Pará. El comentario para éste se me puso en "Palomas", a saber por qué.
    Bueno, el traslado ya lo haces vos mentalmente.

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    1. jajaja sí, lo leí. Haré el traslado mental sin dudas.

      Gracias Don Zara y bienvenido nuevamente.

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